La duna
Me estaba escapando de un mundo caótico, sin dirección ni control, donde hasta el tiempo andaba para adelante y para atrás. Estaba caminando en un camino sin tiempo, en un tiempo sin espacio, en un vacío sin mañana, en la dirección que me indicaba mi intuición, sin por qué, sin adonde, sin para qué. Y me cansé, me acosté, pensando que mañana sería otro día…
Sentí una mano acariciando mi cara, una mano suave, dulce, tierna y cariñosa, y abrí los ojos. “¡Despertaste!”, dijo el viento. “Tanto tiempo que recorro el mundo buscándote, de playa en playa, de país en país, de continente en continente, y por fin te encuentro. Conocí a muchos jóvenes, levanté volantines, orienté veletas, acompañé felicidad y llantos pero te echaba de menos.” El viento pasó su mano en mi pelo. “Me queda mucho camino por recorrer y me tengo que ir. Pero no te alejes, volveré.” Sopló una última vez en las alas de una gaviota para saludarme y se fue.
Sentí 2 manos sobre mis hombros, manos que me calentaban los brazos, y la espalda, y el corazón. “¡Despertaste!”, dijo el sol. “Cuando te vi llegar, te sentí tan cansado que me tapé la cara con una nube para no molestarte. Te acompaño todos los días pero parece que me esquivas. Sé que me necesitas y nunca me miras a los ojos. Déjame sanar tus heridas y qué bueno ver que por fin tomas el tiempo.”
Una ola vino a lamer mi pie, la mar estiraba su mano para jugar conmigo. “¿Te acuerdas de cuando eras niño,” dijo la mar, “que yo levantaba una ola para que tú pases abajo? Y años después me venías a ver para contarme tus felicidades y tus penas, me contabas tus secretos y yo te contestaba de mi suave rugido. Cuando llorabas, yo llamaba a tu amigo el viento para que seque tus lágrimas. Mirabas por horas mis ojos azul profundo y la espuma de mis olas que llamabas mis canas. Caminábamos por horas en silencio, tú en el camino de la costa y yo en la playa, como 2 enamorados. Yo jugaba en las rocas y tú me cuidabas. Y un día te fuiste sin mirar atrás, me quedé esperándote y no llegaste. Empecé a recorrer el mundo, de playa en playa, de país en país, de continente en continente y por fin te encuentro. ¿Qué ha sido de ti durante todo este tiempo?”
Un poco de arena cubrió mis manos. “Qué bueno tenerte acá”, dijo la duna. “Cuando llegaste, estabas tan encerrado en tu mundo que ni escuchaste que te estaba llamando. Tu paso pesado e inseguro me dio pena y abrí un camino debajo de tus pies, y me ajustaba para que no te caigas. Luego te preparé una cuna para que reposes y levanté paredes para que nadie te moleste. Y luego te tomé en mis brazos, desconecté tu reloj del tiempo y lo reconecté a tu corazón para que seas dueño de tu tiempo, y reconecté tus raíces a la madre Tierra, junto al pasto loco, los árboles majestuosos, los peces instintivos en la mar y los niños ingenuos que juegan en la arena. Te dejé recomponerte durante tu sueño. Cuando te sentí moverte, llamé al viento para que te de un nuevo soplo de vida, luego al sol para recargar tu energía y finalmente la mar para que limpie tu alma.”
“Siempre recuerda a los que amas y los que te aman. Pueden ser invisibles como el viento, intocables como el sol o lejanos como la mar pero siempre te protegerán y apoyarán como la duna.”
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